
Vocaciones en la Iglesia

VOCACIÓN
Vocación viene de la palabra latina “Vocare”, que significa llamar. Es una palabra muy usada en distintos ámbitos, para describir el oficio que la persona elige para su realización en la sociedad. Pero nosotros no abordaremos esa significación, sino que abordaremos el sentido que tiene en relación con la llamada de Dios, que tiene un alcance mayor y tiene que ver directamente con la obra salvífica de Dios.
Cuando hablamos de vocación cristiana, nos referimos a la llamada especial que Dios realiza a todo hombre, sin distinción. Es la acción gratuita de Dios para con el hombre, por lo tanto, es un regalo, un don; por lo tanto, no es meritoria. Pero, además, no es una llamada para realizar alguna tarea como oficio, sino que es una invitación personal para unirnos íntimamente con Cristo. "La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios" (GS 19).
La vocación al ser gratuidad, don, es libre y gratuita; nos introduce en un dialogo intimo con Dios. En este dialogo de amor, la iniciativa siempre la tiene Dios que desde la eternidad nos pensó y nos eligió. "No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros" (Jn 15,16). Ante esta elección de Dios, invitación, exige por parte del hombre una respuesta que necesariamente tiene que estar sostenida desde la libertad y la fe. La invitación de Dios no anula nuestra libertad, al contrario, nos apertura un camino para alcanzar nuestra plenitud humana.
Nuestra vocación, aunque es particular, siempre estará en relación con los demás, por eso Dios siempre llama dentro de la comunidad, dentro de su Iglesia. Solo en relación con la comunidad cristiana la vocación adquiere su sentido y fin. En este sentido, la iglesia considera tres estados de vida o vocaciones dentro de la Iglesia, a través del cual se nos permite alcanzar la santidad y la salvación: vocación laical, religiosa y sacerdotal.
VOCACIONES EN LA IGLESIA
Vocación Laical
El Pueblo de Dios está constituido en su mayoría por fieles cristianos laicos. Ellos son llamados por Cristo como Iglesia, agentes y destinatarios de la Buena Noticia de la Salvación, a ejercer en el mundo, viña de Dios, una tarea evangelizadora indispensable. A ellos se dirigen hoy las palabras del Señor: "Id también vosotros a mi viña" (Mt. 20,3-4) y estas otras: "Id por todo el mundo y proclamad la Buena Noticia a toda la creación" (Mc 16,15; cf.ChL 33)
Como consecuencia del bautismo los fíeles son injertados en Cristo y son llamados a vivir el triple oficio: sacerdotal, profético y real. Esta vocación debe ser fomentada constantemente por los pastores en las Iglesias particulares. (Documento de Santo Domingo, nº 94)
La vocación laical puede ser vivida de dos formas: En el Matrimonio o como soltera o soltero.
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La vocación laical vivida en el matrimonio:
La vocación al matrimonio se inscribe en la naturaleza misma del hombre y de la mujer, según salieron de la mano del Creador (CIC 1603).
Dios que ha creado al hombre por amor, lo ha llamado también al amor, vocación fundamental e innata de todo ser humano. Porque el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,2), que es Amor (cf 1 Jn 4,8.16). Habiéndolos creado Dios hombre y mujer, el amor mutuo entre ellos se convierte en imagen del amor absoluto e indefectible con que Dios ama al hombre. Este amor es bueno, muy bueno, a los ojos del Creador (cf Gn 1,31). Y este amor que Dios bendice es destinado a ser fecundo y a realizarse en la obra común del cuidado de la creación. «Y los bendijo Dios y les dijo: "Sean fecundos y multiplíquense, y llenen la tierra y sométanla"» (Gn 1,28) (CIC 1604).
Pero además de estar llamados a ser comunicadores de la vida, con los hijos, y del cuidado de la creación, los conyugues están llamados, por el amor entre ellos, a significar con sus vidas la intención primera de Dios para con el matrimonio, de la unión indefectible de sus dos vidas: “De manera que ya no son dos sino una sola carne" (Mt 19,6).
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La vocación laical de soltero o soltera:
Este tipo de llamado hay que distinguirla como una vocación genuina, siempre en cuando sea una opción libre que no limite la vida u obstaculice la felicidad de la persona. El deseo de no casarse, y de no asumir una vida de consagración especial a Dios, debe permitir que el laico dedique su vida a un mayor compromiso con la Iglesia en bien de los más necesitados y excluidos de la sociedad.
Vocación Religiosa
Recordando que todos los cristianos católicos por el bautismo estamos llamados a una vida de seguimiento a Cristo. En este sentido hay personas que, por una invitación especial de Dios, bajo una moción del Espíritu Santo, se proponen seguir más de cerca a Cristo, entregarse a Dios amando por encima de todo y procurar que toda su vida esté al servicio del Reino. Esto es lo que se llama en la Iglesia católica, la vida consagrada.
La vida consagrada se caracteriza especialmente por la práctica de los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia, por amor al Reino de los cielos. La vivencia de estos consejos evangélicos incumbe a todo cristiano, pero la persona, varón o mujer, que se descubre invitada a realizar en su vida este estilo de vida, la realiza por la vocación religiosa, y se compromete por voto público.
Hay que entender estos votos como medios para configurarse más de cerca con Cristo, ya que son elementos que Cristo mismo predicó en su vida pública. Por el voto de pobreza, la persona se desprende de los bienes temporales para usarlo para mayor gloria de Dios. Por el voto de castidad, la persona consagra todo su ser, sexualidad, emociones, sentimientos al servicio de Dios y de los demás. Y el voto de obediencia, esta entendida como la libre disponibilidad para acudir a la misión; por tal motivo, la persona les confiere a los superiores el discernir donde el Señor pide acudir.
Otra característica propia de la vida religiosa es la vida comunitaria. Necesariamente y que hace al núcleo de esta vocación es la opción a vivir en una comunidad; incluso, la vida eremítica a su modo de entenderla, precisa de un acompañamiento comunitario.
Esta consagración peculiar en la vida consagrada se da a través de distintos carismas, que la Iglesia reconoce como dones del Espíritu. Todas estas formas de consagración las conocemos como:
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Vida Eremítica
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Vírgenes Consagradas
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Vida Religiosa (Órdenes Religiosas)
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Institutos Seculares
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Sociedades de Vida Apostólica
Vocación Sacerdotal
Todo cristiano, por acción del sacramento del bautismo, participa del sacerdocio de Cristo. Pero de entre el pueblo de Dios, el Señor llama a algunos varones a una vocación especial, a la vocación sacerdotal ministerial.
Esta vocación es distinta a la participación del sacerdocio común de todos los fieles dado en el bautismo. Su consagración y misión son una identificación especial con Jesucristo, a quien representan. El sacerdote actúa en nombre y con el poder de Jesucristo.
Los sacerdotes ejercen los tres poderes de Cristo:
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Enseñar: encargados de transmitir el mensaje del Evangelio
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Gobernar: lo ejercen dirigiendo, orientando a los fieles a alcanzar la santidad
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Santificar: son los encargados de administrar los medios de salvación – los sacramentos
La vocación sacerdotal es un ministerio fundado en el amor entre un Dios que llama por amor y un hombre que le responde libremente y por amor. La persona que recibe esta vocación es llamada a ser puente entre Dios y los hombres, y desea ser instrumento de Dios para ayudar a los hombres, sus hermanos, y luchar por su salvación.
Solamente el Sacerdote puede administrar los sacramentos de Cristo, de hacerlo presente en la Eucaristía, y otorgar el perdón de los pecados. Estos dos elementos son quizá los más esenciales e importantes de esta vocación para la vida de la Iglesia. Pero, además, están destinados a apacentar al pueblo de Dios, según el grado que cada uno desempeña en persona de Cristo Cabeza.