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LA PUERTA DE LA FELICIDAD

A la puerta de la felicidad llega un hombre...

Cuenta la historia que una vez un hombre llego a la puerta de la felicidad en la plenitud de la vida. Su paso era firme y decidido, dispuesto a conseguirlo todo.

De pronto, una fuerza invisible lo lleva junto a la puerta.

Golpea la puerta, fuerte y esperanzado.

Sale el guardián, quien, mirándolo fijo y como extraño, le pregunta: - ¿que desea?

- ¿ No es esta la puerta de la felicidad?-, pregunta el buen hombre.

- Sí. Esta es la puerta; pero esta no es tu hora.

El hombre se queda un poco perplejo, desconcertado y sin capacidad de reacción.

Tras unos segundos de vacilación, se sienta en el suelo y queda como pensativo, ensimismado.

Así pasa un largo rato...

Después empieza a mirar a su alrededor curiosamente: observa la puerta, las ventanas, el edificio...., como si buscara una manera de entrar y de burlar al guardián.

Ninguna solución parece convencerle.

Nervioso, lucha entre el deseo, la duda, la indecisión, hasta que por fin se decide a llamar nuevamente.

- Me dijo usted que esta era, efectivamente, la puerta de la felicidad, pero que no era mi hora. ¿Cuál es pues mi hora?, ¿ qué tengo que hacer?-.

- Mi papel es sólo éste; no puedo decirle más-, le dijo el guardián.

El hombre observa que el guardián es como un muro infranqueable, por lo que intenta abordarlo de otra manera.

Entabla conversación con él, habla de mil cosas, intenta caerle simpático, observa mucho, estudia sus reacciones y puntos flacos... pero nada. No hay solución.

Cansado, y sin conseguir nada, se echa en el suelo a pensar, a jugar solo, a cantar, a dormir, ¡ quién sabe si alguna vez, por casualidad, despiste o aprovechando la llegada de otro.... !

Aquello es aburrido, insoportable, pero ¡ qué hacer, cómo irse, si aquella es la puerta de la felicidad, su felicidad!

Así pasan meses y años, sin más preocupaciones que las de organizar su soledad para que la espera sea lo más agradable posible.

Todo valdrá la pena para cuando llegue la felicidad, se decía.

Cuando cansado, muy enfermo y envejecido, se ve desfallecer. Entonces piensa que quizá su estado miserable inspire compasión al guardián y lo deje entrar.

Y juntando las ultimas fuerzas, se acerca y llama de nuevo, preguntando con su voz ya mortecina: - ¿ Cómo es que, siendo esta la puerta de la felicidad, no ha venido nadie, cuando en el mundo la gente se mata para conseguirla?-.

El guardián lo miró, y le dijo: - Es que cada uno tiene su puerta.

El hombre extrañado, y con cierta preocupación preguntó: - ¿ Entonces, es seguro que ésta es la mía?-.

- Sí. Esta era su puerta,-. Dijo con fuerza el guardián, - ahora la cerraré definitivamente.

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